18 de octubre de 2010

En el trabajo

Me pasaba horas sentado, pensando en frases y párrafos del libro que tenía en mente pero que nunca salía de allí. Observando a la gente pasar. Todos esos que no tenían que aguantar las torturas que suponían para mí las horas en los trabajos por los que me movía; ellos eran los clientes y yo el que tenía que ser amable, servirles y atenderles como si realmente tuviera ganas de hacerlo. 

Muchas veces lo conseguía; me comportaba como un empleado modelo, desbordando simpatía; otras en cambio era capaz de callar y echar a los clientes del local con uno de mis arrebatos de rabia inmadura; como un adolescente que se cree rebelde por insultar y comportarse como un maleducado ante los demás. A veces creo que nunca fui otra cosa que un inmaduro que no superó esa etapa de su vida.

Iba a encerrarme, siempre que podía, durante unos minutos al almacén de productos de las empresas, o los vestuarios, que generalmente eran el mismo espacio. Agarraba una libreta y un bolígrafo; armaba un canuto de hachís y empezaba a dejar que la tinta y las palabras fluyeran. Pocas veces salía algo que se pudiera considerar decente para mi gran proyecto literario, pero los intentos casi siempre resultaban divertidos. 

Estos eran realmente momentos magníficos.

1 comentario:

  1. Me gusta el olor del almacén.

    ¿Será que yo también sufro el síndrome de la post-adolescencia?

    No sé.

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