18 de noviembre de 2010

Humo en la noche


 



El humo que iba de las manos a la boca de  Sam, y salía despedido de ella, hacía que los demás siguieran el movimiento del canuto entre su dedos como sigue un ludópata la trayectoria del caballo por el que apostó su último centavo de dignidad. Ella se fijaba en los rostros de los presentes, asimilaba, con cada calada, cada uno de sus gestos y todo lo que implicaban:
Le inquietaba Hugo porque parecía ser el único que no buscaba nada en concreto de las reuniones más allá de pasar unas horas rodeado de conocidos, haciendo cosas habituales. 
David interpretaba un papel que Sam nunca supo si era a propósito o sólo una casualidad necesaria en un grupo de inexpertos sociales con aires de grandeza intelectual, como ellos; un papel de informador, como el presentador del programa de noticias por el cual les llegaban a los oídos muchos acontecimientos artísticos, sociales, tecnológicos y de todo tipo. 
Jeff era al único de los hombres del grupo al que Sam consideraba una persona normal, con todo lo que eso implicaba; tenía una base cultural distinta a la del resto, su filosofía no era razonar en ríos metafísicos, era más bien dejarse llevar por las leyes dadas y aceptarlas poniéndolas en duda sólo cuando aparecía otra igual de convincente, sin el paso intermedio de la crítica propia, la forja en frío de una opinión y un carácter rebelde. 
Y Danilo, que se acomodaba en un mundo aparte, sólo le unían con el resto de la existencia el humo del cannabis que se diluía en su interior y algunos comentarios graciosos que iba dejando caer de vez en cuando sobre lo que se decía, comentarios esporádicos, pues era de carácter bastante reservado. 

David y Jeff hablaban sobre la importancia de las discusiones en las que nunca se estaba de acuerdo, de lo necesario que era llevar al extremo el diluir de frases fluidas y llenas de significados; hablaban sobre todo de la importancia de saber callar los silencios que sobraban, que hacían que cada uno volviera a ese mundo del que se habían rescatado los unos a los otros a lo largo de estos años. 
  
Sam se había recostado sobre la hierba para fumar tranquilamente mientras contaba grupos de estrellas e intentaba convencerse de que no se apagaban en el instante que seguía a su enumeración mental, simplemente era imposible contar las malditas estrellas,sin perderse en ellas y sin repetirlas hasta la saciedad sin darse cuenta. «Al menos estoy aprendiendo que una calada sin prisas y sin agobiarse dura siete estrellas» Pensó y no pudo evitar sonreír para sí misma, deseando que nadie se diera cuenta.

1 comentario:

  1. Jajaja me encanta!!! Deberías darle un sentido único a la historia de Hugo y su hermana, de Sam, David, Jeff y Danilo y comenzar a publicarla periódicamente!! He leido tantos trozos que ya conozco a algunos de ellos como si fueramos nosotros los que nos recostamos en la hierba a contar estrellas.

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