29 de noviembre de 2010

Sin nombre, parte 4

Ella no quería esa casa, no quería esa ausencia durmiendo a su lado, no quería sentirse anclada a un capricho instintivo que no había elegido, no quería depender del aliento descompuesto de un perdido, para sustentar los suspiros de su voluntad.
Mirar a su alrededor era una tortura; cada pared era una herida nueva; cada paso sobre el suelo consumía una porción más de su paciencia; por las cañerías de los baños se iba, entre agua y deshechos, su tolerancia; a su dignidad sólo la mantenían despierta las mañanas en la sala de rehabilitación de quimioterapias del hospital, rodeada de criaturas con un sufrimiento mayor que el suyo.
Los días y el pesimismo que traían, por su pesada carga de angustia, cada vez eran más difíciles de controlar, de apaciguar y de razonar; y no se puede actuar con normalidad cuando todo se derrumbaba.
Pensó tomar decisiones drásticas que quizá se veían venir. Mario pasaba más días ebrio y colocado que despierto; ella sólo comía fuera, mientras se planteaba cambios y valoraba las posibilidades; estos planteamientos  desembocaban en llantos; y los llantos  al final acabarían trayendo la fuerza que  haría falta para llevar a cabo sus planes. 
Sólo era fuerza de voluntad lo que necesitaba y ésta vendría con la confianza que ganaría si se tomaba en serio la posibilidad de transformar su realidad, de conseguir un presente digno, y poder imaginar un futuro sin estar atada a nadie, aunque sí relacionada con otras personas; también con hombres, pues no todos podían ser como Mario.
Y no todos lo eran. No todos se habrían dado cuenta de las ganas de libertad y la busqueda de sensaciones  que nacían en Odilia. No todos habrían pensado que no valía la pena luchar, ni  se habrían dedicado sólo a saciar la lujuria que llevaba meses dormida,  y que se sabía a punto de ser abandonada durante una temporada larga mientras llegaba el día en que ella tomara la decisión. 
Tuvieron las noches más sudorosas y violentas que su memoria podía recordar al evocar el placer y la lujuria. Fue una despedida tan sórdida, como necesaria y reconfortante. Se alejaban sabiendo que, al fin y al cabo, se vive mejor recordando lo placentero que sufriendo por el daño causado. El sexo era la mejor manera de comunicar el deseo y la necesidad que saciaban el uno en el otro; necesidad con la que intentarían convivir y a la que, tal vez, llegarían a remplazar.

Para entonces la hierba seguía consolando las noches de Odilia, y Mario parecía entrar en una etapa de control sobre sus vicios. La hora de su separación había llegado.

2 comentarios:

  1. Joder, pues al final no me he quedado con las ganas.

    Un buen regalo para una noche rara de insomnio, claro que... ahora quiero más.

    ResponderEliminar
  2. Jaja me alegra que te guste... sigue en proceso de creación la historia... aunque no se cuánta paciencia tendrás que tener paciencia para la próxima entrega jeje
    Gracias por las visitas, ¡un saludo!

    ResponderEliminar