6 de diciembre de 2010

Sin nombre, final


Un ruido lo despertó, su cuarto estaba tan oscuro que no se atrevía a levantarse de la cama; el ruido sonaba como a golpes de cubiertos y platos en la cocina, pero no podía ser, era demasiado tarde. Tal vez su madre se había levantado a prepararse un té, o leche, o algo. Decidió levantarse y tomar él también algo; tenía sed y aprovecharía para preguntar qué pasaba. Se levantó y encendió una lámpara en su mesa de noche, ni siquiera se puso los zapatos y caminó hacia fuera, hasta la cocina. Como esperaba era su madre, y había estado tomando té, la taza con la bolsa y una cucharilla estaban a su lado. Ella estaba sentada en una silla, con la cabeza entre las manos, sollozando, parecía totalmente trastocada, desconsolada; nunca la había visto así.
Ella no se había dado cuenta de su presencia ni de cómo  él la inspeccionaba desde atrás. Vestida con una bata, despeinada, sujetaba en sus manos una hoja y al lado de la taza del té se podía distinguir un sobre; alguien le había enviado una carta que la había destrozado por dentro. ¿Quién podía ser? Se acercó hasta ella para preguntarle qué había pasado, pero no tuvo tiempo de formular la pregunta. Ella sintió sus pasos y se abalanzó hasta él, para abrazarlo y llorar en su hombro. Le pidió que la perdonara, porque a veces la superaban cosas sin importancia y que en otro momento le diría lo que  había pasado.
Él no esperaría hasta que ella se atreviera a decirselo. A la mañana siguiente, mientras su madre se fue al trabajo, revolvió la casa entera hasta dar con el sobre de la carta que había recibido. La encontró y la leyó, aunque al principio no pudo comprender en su totalidad lo que se contaba. Hablaban de un tal Mario, quien había llevado su alcoholismo al extremo; hasta que le diagnosticaron una pancreatitis crónica, a la que no tuvo las fuerzas para tratar, pues siguió bebiendo aun sabiendo que podía costarle la vida.
Y así fue, pocos días después del diagnóstico, lo encontraron muerto en un hostal donde alquilaba un cuarto viejo y sucio. Junto a él habían encontrado una nota escrita poco después de saber que moriría, pues fue consciente en todo momento de que su caso era grave, pero no hizo nada. En el papel (que le habían enviado a Odilia junto a la carta, pero que ella no había dejado en el mismo sobre) Mario confesaba su arrepentimiento por no haber podido retenerla a su lado y le confesaba que aún pensaba en ella y que le habría gustado tener una familia y una vida menos complicada, estando juntos. El velatorio y el entierro se habían llevado a cabo ya, pues la carta tardó varios días en llegar.
Después de leerla empezó a comprender y a encajar algunos hechos. Sospechaba que el tal Mario podía ser su padre, al que nunca había visto, y el que nada había sabido de la existencia de su hijo. También comprendió las lágrimas de su madre, pues siempre supo que algo la ataba al pasado; algo que no la dejaba progresar y sacar adelante sentimentalmente su vida. 
Lo que no sospechaba sería la depresión en la que caería ella a partir de entonces, que la llevaría a perder su trabajo y con él, cualquier esperanza de recuperación; también empezó a comprender que tendría que ser él quien la tendría que mantener con las ganas suficientes para levantarse día a día y para que no cometiera ninguna locura, locuras que pasarían por su cabeza en más de una ocasión.
La vida tiene esas cosas.

1 comentario:

  1. Un final triste para Odilia, supongo que otros personajes estarán predestinados a ser mas felices, o no. Esperaremos para saberlo.

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