22 de febrero de 2011

De un diario olvidado II

Mi mamá me regaña cuando le digo que no quiero que papá vaya a las reuniones, o a las fiestas de mis compañeros de clase. Con mamá sí hablo de todo. Cualquier tontería que pueda ocurrírseme  a ella se lo cuento; no siento miedo de que me juzgue y sé que me comprenderá. Pero a papá no puedo decirle nada. Ella dice que debería quererlo más, aceptarlo y demostrarle que lo veo como a un padre y no como a un extraño. Pero me cuesta hacerlo, me pongo nerviosa si tengo que acercarme a él a pedirle dinero, o si estamos en la mesa comiendo; es como si me enfadara tener que estar cerca de él. Reconozco que a veces me da un poco de pena el que por mi culpa hayan tantos silencios durante las comidas, sobre todo cuando siento que me mira con sus ojos brillantes, suplicantes de cariño. Yo acabo mirando para otro lado, o me voy a mi cuarto. Mi mamá me dice que eso lo pone más triste, que incluso ha llorado estando a solas con ella; dice que a él le gustaría ser para mí un mentor, un amigo, un confidente, un padre de verdad. A mí me da miedo. Ella dice que con el tiempo aprenderé a valorar su forma de ser y a aceptarlo, aunque parezca tan distante. Me cuenta que a ella le pasó lo mismo y que le costó mucho tiempo aceptar su forma de comportarse y comprender y reconocer su forma de mostrar lo que de verdad siente; dice que al principio no pensaba ser más que una amiga para él, pero  que al conocerlo de verdad se enamoró. Por eso está segura de que yo lo entenderé y de que le pediré perdón por todas las veces que lo traté mal.

De todas formas, mi mamá no es tan sincera como aparenta. A veces no mide los detalles de lo que habla con otra gente. Alguna vez la he escuchado hablar por teléfono con sus amigas o mi abuela, y les cuenta, casi llorando, que tiene dudas sobre su matrimonio; que papá parece cada vez más frío y solitario, como si su afición de escribir estuviera acaparando su ser y que cada vez deja menos tiempo para ella. Les comenta lo mucho que a él le afecta que yo no le haga caso; que le da pena por él, porque si se separan se sentirá odiado por mí, por no importarme alejarme de él. Yo no sé qué pensar. Vivir sola con mamá no sería muy diferente de ahora; ella y yo, sin fijarnos en lo que está haciendo o lo que pueda estar pensando papá.

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