22 de febrero de 2011

De un diario olvidado


Ayer, mi papá volvió a quedarse dormido en la silla de su escritorio. Durante los últimos meses lo ha hecho muy seguido. Siempre está rodeado de libros y cuadernos, no me extraña que se duerma. Cuando lo vi esta mañana, tenía en la cara la marca de su lapicero. Se veía chistoso. Algo raro en él, porque siempre está serio. Nunca he sabido por qué. Serio y triste, con sus ojos alargados siempre medio cerrados, que parece que romperán a llorar de un momento a otro; es como si estuviera siempre preocupado, pero a nuestra familia nunca le pasa nada, sus preocupaciones deben de venir por otro lado.
A veces hablo con mi mamá sobre él, cuando pregunto por qué está callado o por qué le hace más caso a sus libros que a nosotras. Ella dice que soy muy joven para entenderlo. Es normal que lea y escriba tanto, pues por algo es escritor, sobre todo después de perder su último empleo. Desde entonces no ha querido hacer nada más que leer y escribir.


Él, a veces, me da miedo. Verle sentado, concentrado, tan serio y tan triste, parece angustiado. Me gustaría preguntarle qué le pasa, o saber lo que lee o lo que escribe, pero no puedo acercarme. Nunca he leído sus cuentos, hace tiempo que dejaron de insistirme en que lo hiciera, me parecía absurdo y patético hacerlo. Es mi padre y no me inspira confianza. En parte puede que sea mi culpa. Él intenta hablar conmigo del colegio, de mis amigos, de lo que veo en la tele o con qué me divierto, pero rehúyo, me escondo o me encierro en mi cuarto, para refugiarme de la tristeza de su voz temblorosa, como si su depresión se me fuera a contagiar. Mi mamá me ha dicho muchas veces que no debería ser así con él, que él me quiere y sólo pretende demostrarme su cariño y ganarse mi confianza, pero a mí me sigue dando miedo. Nunca nos ha hecho nada malo; ella asegura que nos quiere como a nadie, pero que su forma de demostrarlo no es como la nuestra, o como la de los demás padres. Me doy cuenta de ello cuando lo comparo con los padres de mis amigos; siempre están contentos acompañando a sus hijas y cuidándolas. Pero yo no quiero que el mío lo haga. Se ve extraño cuando se reúne con otros padres, como si no fuera uno de  verdad. Parece nervioso cuando le hablan, además sólo habla si se dirigen a él, nunca inicia conversaciones. Es el más bajito de todos; no parece un padre, al menos no el que a mí me gustaría que fuese a las fiestas de mis amigas.

3 comentarios:

  1. El problema del extraño...la depresión se descuelga por el texto "serio y triste", como a punto de llorar,el miedo al padre...que se ve extraño, en cualquier "fiesta"...y lo màs extraño: aunque haya perdido el trabajo y los demàs te huyan "pero en casa nunca pasa nada". Inquieta el trasfondo de este diario. Besos

    ResponderEliminar
  2. Crear un poco de inquietud es la meta... parece que lo he conseguido en este caso... gracias por pasarte por aquí, Claudia. Besos

    ResponderEliminar
  3. De acuerdo con el comentario de Claudia, y también por encontrar la palabra justa: inquietante; palabra perfecta para cualquier relato. Es lo que tu pretendías y que realmente has conseguido. Muy bueno. Saludos.

    ResponderEliminar