Me pidió que lo acompañara una
noche. Su explicación: había quedado con el mero
mero. A mí me costaba creer lo que me decía, pero a pesar de que siempre
fui y seré un buen cristiano, un siervo de Dios, la virgen, Jesús y el Espíritu
Santo, todos los rumores que me habían llegado sobre los pactos, o algo
parecido, que él tenía con el diablo; o las visitas que hacía el demonio a
mucha gente (o decían que hacía) para asustarlos por a saber qué motivos, no
pude evitar sentir curiosidad y lo acompañé. Al fin y al cabo era mi
hermano y le podía pasar algo, quería
ahorrarme la sensación de culpabilidad. Además así podía tener la oportunidad
de desmentir las historias que él contaba y las que contaban sobre él y el diablo.
Agarramos
las escopetas, más una cantimplora llena de aguardiente cada uno y nos fuimos a
encontrarnos con la noche y con lo que
ella y Dios quisieran que nos encontráramos. El cielo lleno de estrellas, como
si fueran todos los santos y todos los muertos de la historia de estas tierras,
parpadeando y pidiendo en silencio que no jugáramos con fuego, que no
saliéramos a tentar al fuego.
Salimos y
no puedo negar que sentía miedo. Me encomendé a Dios y recé, en silencio porque
Chepe me habría interrumpido si lo hacía en voz alta. Caminamos entre árboles dando
tragos y hablando muy poco. La luna no tenía el tamaño suficiente como para
hacer de la vista algo útil, así que nos guiábamos del oído, tratando de
distinguir alguna señal de aviso, para saber con seguridad que algo había por
ahí, a nuestro alrededor, porque los dos presentíamos que así era. Cuando
llegamos a donde había unas piedras que parecían puestas allí precisamente para
que llegáramos a sentarnos, en un claro entre los árboles, Chepe me dijo que
nos podíamos acomodar para tomar y esperar.
Hablamos
muy poco durante el rato que estuvimos sentados. Nos dedicamos prácticamente a beber. Yo lo hice con calma, porque no
quería quedarme sin tragos nada más llegar; según había dicho Chepe, la espera
podía ser larga. Yo le pregunté qué era exactamente lo que teníamos que ver, o
con quién íbamos a hablar, para tener una pequeña idea al menos de lo que tenía
que esperar que apareciera allí; pero no me quiso responder. “Cuando llegue, llegará y lo sabrás”,
fue lo único que me dijo. A pesar de la falta de luz lunar, o quizás por ella, la
noche era preciosa. Se escuchaban algunos ruidos, pero ninguno resultaba
desconocido; ramas secas resquebrajándose, aleteo de alas y piar de aves
nocturnas, chillidos de murciélagos, el contoneo cadencioso de las hojas de los
arboles al compás del viento, aullidos lejanos de coyotes…
Muy pocas
veces rompimos el silencio; en ocasiones para ofrecernos un cigarro, en otras
para comentar algo sobre las constelaciones que veíamos desde allí y tratábamos
de nombrar. Ninguno de los dos llevábamos reloj, así que no podíamos hablar de
la hora. Tampoco el tiempo dio mucho qué hablar, ya que no hacía ni frío ni
calor, era la noche ideal. Todo estaba en calma, demasiado en calma… hasta que
empecé a quedarme dormido y tuve un sueño extraño, de esos que nos pasan cuando
aún no hemos conciliado el sueño y reaccionamos físicamente como si lo que
ocurre en nuestra mente realmente estuviera pasando. Veía cómo tenía que cruzar
un arroyo no muy ancho en medio de la selva, para cruzarlo había de saltar
sobre cuatro piedras colocadas, parecía, precisamente para cruzar el arroyo por
esa altura; lo extraño era que cada vez que ponía un pie sobre la primera
piedra, el arroyo empezaba a hacer un ruido muy fuerte, como si su caudal aumentara,
sin hacerlo su tamaño y yo tenía la impresión de que al intentar saltar hacia
la otra piedra, me caería y el agua me arrastraría sin poder evitarlo. Después
de varias dubitaciones, me atrevía a mantenerme en pie sobre la primera roca, a
pesar de que el arroyo parecía golpearla con una violencia extrema, ya allí, de
pie, me atrevía a dar un pequeño salto hacia la siguiente piedra, pero justo al
hacerlo, perdía el equilibrio y caía… me despertaba dando un salto, un poco
asustado, pero esbozando una sonrisa una vez descubierta la inocente pesadilla.
Lo que me
hizo estremecer al despertar fue ver que Chepe se había puesto de pie y estaba
mirando fijamente en una dirección. Me incorporé y me acerqué a él por la espalda,
para preguntarle qué estaba mirando; pero antes de poder hablar, levantó su
mano izquierda, con el dedo índice señalando hacia arriba, como advirtiéndome
de que no hiciera ruido. Obedecí y callé. Me quedé inmóvil esperando a que
pasara lo que tuviera que pasar.
A partir de
ese momento mis recuerdos son bastante confusos. Chepe estaba en una especie de
trance y yo tenía la sensación de haberme quedado paralizado. Un viento muy
frío nos golpeaba, pero ninguno de los dos podíamos reaccionar. En el lugar hacia
dónde él miraba, pude distinguir una extraña figura. Extraña por lo inusual de
su aparición. Era un venado muy grande, de un color oscuro, del que solo se
podían distinguir los ojos muy rojos y una cornamenta enorme que cortaban la
poca luz que había. Chepe empezó a caminar hacia él, mientras yo seguía
inmóvil. Se podía escuchar un leve susurro que salía de los labios de Chepe y
una especie de gruñido que provenía de donde estaba el animal. Yo seguía
paralizado y no podía distinguir si se estaban comunicando entre ellos o era
que a causa del miedo, yo empezaba a tener alucinaciones. En ese momento, a
pesar de que siempre me había dicho que una situación parecida de las que tanto
hablaban en la aldea, sobre el contacto con el diablo, o lo que sea que fuera
esa criatura, que me pondría a rezar y a
confiar mi alma a la fuerte fe que profesaba por mi Dios, no pude evitar sentir
un miedo atroz que me llevó incluso a perder la conciencia, ya que el próximo
recuerdo que tengo es de un tiempo después, cuando la hora del amanecer se
acercaba y yo estaba tirado en el suelo, despertando todavía con el pánico en
el cuerpo. Chepe no estaba allí, el venado tampoco. Me levanté y empecé a
gritar para ver si mi hermano respondía, pero no lo hizo. Estuve un rato
deambulando por la zona, tratando de encontrarlo, pero al darme cuenta de que
era inútil, decidí volver a la aldea y pedir ayuda a los que estuvieran
dispuestos a acompañarme a buscarlo una vez la luz del sol nos diera la
protección que la oscuridad de la noche nos quitaba.
Volviendo a
la aldea no podía dejar de pensar en si me equivocaba regresando, sentía que
huía, como si estuviera abandonando a mi hermano, por miedo, por desconfianza o
por desesperanza. Me detuve un par de veces y grité en todas direcciones su
nombre, más por apaciguar mis remordimientos por haberlo abandonado que por la
confianza que pudiera tener en obtener una respuesta. Seguí caminando mientras
el amanecer amenazaba con llegar, la madrugada se debatía entre la luz y las
sombras, yo me sentía sin fuerzas. Los pasos los daba como un autómata, el
mundo entero parecía hablar un idioma que yo nunca había aprendido, o que había
olvidado esa misma noche. Me esforzaba por no sentirme solo, dejándome envolver
por el sonido del viento entre los árboles, contra las rocas y sobre la hierba
y los animales nocturnos que buscaban el cobijo certero bajo la tierra, también
los animales diurnos que despertaban mientras se despertaba en ellos el
instinto de salir y devorar un día más, animales que como yo esperaban sobrevivirlo
y demostrar que la única fuerza imparable es la acción de la vida, la
existencia, el ser, más allá de la razón… y yo que apenas podía andar, sentía
como si mi cuerpo estuviese volviendo al desafortunadamente ya conocido estado
de parálisis completa, como cuando vi aquel venado.
De Dios, la Virgen, Cristo, el Espíritu Santo y los Santos, no volví a acordarme en mucho
tiempo.
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