Me ves arrastrarme, esconderme en agujeros oscuros bajo
tierra, levantar la cabeza sin apenas comprender lo que percibo, más allá de la
necesidad de alejarme del dolor y rescatar de la luz lo poco que pueda
aportarme, para que mi vitalidad no desfallezca. Alrededor de este lodazal todo
parece tan vivo, tan colorido. La sensación de no pertenecer a un mundo que
cambia sin cambiar, se mueve sin moverse y crece sin crecer, no consigue
hacerme decaer, pero puedo ver que los otros han conseguido ya camuflarse en su
destino prescrito. La metamorfosis profetizada llega a todos los que una vez se
deslizaron sobre el agua, la tierra, las hojas, las ramas y raíces que para mí
aun siguen siendo un hogar.
Puedo verles escondidos, envueltos en un material exquisito
creado por ellos mismos y capaz de proteger su autoexilio, el único camino
posible para llegar a ser el sueño cumplido. Sueño que nunca fue un sueño, solo
una espera, un soportar y sobrevivir ante las inclemencias de lo vivo, de lo
móvil, de la propia existencia. Puedo ver a otros que han alzado ya el vuelo,
convertidos en los millones de colores en que el devenir de la vida ha venido
ordenando, demandando a lo largo de los años. Revolotean a alturas a las que yo
no puedo aspirar, se apoyan sobre las hojas y ramas de los árboles más altos,
se ven reflejados en lagos y ríos que para mí solo podrían significar la
muerte, el espejo cruel de la vida degradada, desgastada, acabada. Recorren y
recorrerán distancias sinónimos del olvido, del abandono, del curso irreverente
e inevitable del destino que nunca existió, pero que, con su hálito, su sombra
y su amenaza de verdad, ha determinado desde siempre y jamás la tortura de no
pertenecer al mundo al que pertenezco, de no rodearme de lo que me rodea, de no
sentir lo que me siente, de no anhelar lo que me anhela. Nada y todo es nada.
Muerte y vida son muerte. Yo soy lo que no debí ser. Marginado de lo que me
integra soy el no ser, la verdad incierta, la melodía del ruido, la voz de la
mudez, la vista de la ceguera, el reposo de lo volátil, el tacto de lo
incorpóreo, el aroma de lo inodoro, las lágrimas de la alegría, el descontento
de la felicidad, la nostalgia de lo que nunca estuvo… el equilibrio roto, lo entero
disuelto… la luz que se apaga y el agua que se seca…
Quizás no sea, ni nunca seré, pero mientras tanto, luces y
sombras siguen su rutina…
Los astros no están mas lejos que los hombres que tratas?
ResponderEliminarRepito otras voces que siento como mías... ;)
ResponderEliminartantas alturas, poeta, y sin embargo hay alas "a las que no yo no puedo aspirar"...entre luces y sombras se puede producir la ansiada metamorfosis.
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