Desde aquí nunca han podido verse las estrellas.
Frente a mí se posa el fantástico verde de los vuelos.
-Yo sufrí- me canta, y reconozco su pecho y sus alas.
-Me perdí- un silbido estridente, y sus plumas estallan.
Otra vez el revoloteo anudado entre mil ramas.
-Entre Dioses viví,
contemplé el exterminio
del consuelo.
Grité y caí
buscaba saciarme,
pero la venganza es gris.
Lo que no arde incendia.
La eternidad oí,
y nunca la podré explicar-.
Canta por no reír y me mira con desdén desde su trono.
Es el aire salvaje de los recuerdos lo que mantiene alzado
a este pulcro cantarín, que lleva en su cola un linaje esperanzado.
-¿Es la vida la raíz de la corrupción, y un sacrificio de sentimientos?-
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