Un soldado avanza lentamente,solo, perdido en un campo de una batallaque hace tiempo dejó de ser suya. Ha olvidado si lo que siente es frío o calorpues tiembla y suda a la vez, casi sin parar un minuto al día. Entre otrascosas, también ha olvidado el color de su uniforme, que parece de un color sinnombre, creado por los días y las noches a la intemperie. El casco sigue en sulugar, sólo es capaz de quitárselo por las noches, como si el metal seadhiriera a su cráneo y no estuvieradispuesto a abandonarlo hasta que no fuera estrictamente necesario; tuvo queluchar con él durante las primeras noches, para hacerle ver que pocas cosas sontan necesarias como el descanso: la vida y la muerte dependen de él, en laguerra. Las botas son ahora una parte de su cuerpo, ha pasado mucho tiempodesde que se las quitó por última vez. Lo que vio le dolió tanto que no hapodido hacerlo de nuevo: los pies morados, los dedos hechos como de una pastamoldeable, confundiéndose entre falanges y callos. Mejor no pensar en ello yaguantar las punzadas que dan de vez en cuando, aunque cada vez sean más habituales.El arma que carga a la espalda también ha dejado de ser lo que era. Fue un rifle,una escopeta, una bayoneta o una metralleta y hoy sólo es una aleación de aceroy madera; no hay balas ni ganas para utilizarla; ella ha descansado más que élen su largo deambular por esta jungla de luz y formas desconocidas a la quefueron, obligados. Quizá no obligados, aunque hoy se arrepienta de haberloelegido, si lo hizo. Se ha dado cuenta, aunque no está tan seguro, de que eshumano.
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