Imaginemos a dos personas sentadas en distintas mesas de un
bar, o un restaurante. Imaginemos que una de ellas es chica y la otra un chico.
Por su aspecto, podríamos decir que son de la misma generación; su edad no
varía, al menos por la impresión que dan, en más de 5 años. Ella, con el pelo
teñido de un color intermedio entre el rojo pasión y el naranja fuego, de
estatura baja, no más de metro sesenta y tampoco más de cincuenta kilos. Una
muchacha atractiva sin dudas. Él, un tipo también de baja estatura, moreno, sin
afeitar y con la barba sin arreglar, despeinado, como si no buscara llamar la
atención, a pesar de que se le podría considerar atractivo, pero llamándola por
su estilo descuidado.
Por casualidad, o porque quizá uno de ellos, tal vez el
último en sentarse, tomó la iniciativa, sus asientos están frente a frente y no
pueden evitar cruzar miradas, mientras se esfuerzan por disimular las sonrisas.
Ella las disimula menos; se nota que quiere llamar la atención del chico; él
aparenta nerviosismo y no aguanta a mirarla a los ojos más de cinco segundos,
pero tampoco está sin mirarla más de diez. A ella parece divertirle el
nerviosismo del muchacho y continúa manteniendo el control de la situación. Él
sigue bebiendo de su cerveza y mira alrededor, intentando, quizá, restarle
importancia al hecho de que no se atreve a mirar a la chica y mucho menos
acercarse a ella.
Imaginemos que ella sigue divirtiéndose, sin dejar de mirarle,
hasta le sonríe; mientras él, con su mal disimulada timidez, no es capaz de
dejar de pensar en las frases mágicas que debería decir si tuviera el valor de
acercarse. Imaginémosle armándose de confianza, llenándose de automotivación,
con la idea clara de que no debería dejar escapar una oportunidad así, dándose
ánimos a sí mismo. Ninguno de ellos sabe prácticamente nada del otro, sólo que
están frente a frente y se atraen. A simple vista puede parecer que los dos
tienen algo que ganar… conocer a una persona que quizá les aporte tanto o más
de lo que ellos puedan aportar. Pero imaginemos también que las cosas no son
tan fáciles.
Sin apenas saber cómo, el chico ha tomado una decisión: Dará
el último sorbo a su cerveza y se acercará a la mesa de la chica, sin tener muy
claro lo que dirá, pero con la esperanza de que un “hola” rompa el hielo, y
que, con ayuda de ella, puedan sacar adelante una primera conversación
fructífera.
Imaginemos que antes de dar ese último trago, a la mesa donde
está la chica, se acerca otro hombre. Éste es más alto que nuestro amigo, con
un aspecto más cuidado, afeitado, bien peinado, con la ropa planchada y, sobre
todo, con una confianza en sí mismo que le sale por los poros, tanto que hasta
nuestro bajito y despeinado amigo es capaz de percibirla. La chica se pone en
pie y le da un beso apasionado en la boca al recién llegado, éste se lo devuelve
añadiendo además una palmada en su bien moldeado trasero. Nuestro amigo no es
capaz de evitar sonrojarse. Ella, al apartarse de su pareja, se sienta y lo
primero que hace es mirar a los ojos del otro, el tímido. Le ve sonrojado y
vuelve a sonreír.
Imaginemos que esta chica lleva saliendo con el que acaba de
llegar, por lo menos durante un par de años y que su relación aunque no podría
definirse como perfecta, se sostiene sin demasiados problemas. Imaginemos que
sólo se aburría esperando en el bar y por eso miraba al otro chico, para tener
algo en lo que pensar hasta que llegara su pareja.
También podemos imaginar que se sentía bastante atraída por
nuestro amigo y que no podía evitar mirarle. Incluso podemos imaginar que sólo
intentaba seducirle y coquetear con él, para provocar más reacciones típicas de
la timidez, como el sonrojarse y no aguantar la mirada, por pura diversión de
mujer; o que simplemente no estaba mirando con ninguna intención más que con la
que uno mira a otra persona, por el simple hecho de que esté sentada en la mesa
de enfrente.
Por otro lado, imaginemos que el chico acaba de salir de una
mala etapa de su vida. Imaginemos que tiene el autoestima por los suelos. Pensemos
en lo duro que es para una persona infravalorarse a sí misma y no tener
confianza en que pueda conseguir nada por su cuenta. Imaginemos que es un chico
al que le hace falta darse cuenta del valor de su personalidad. Imaginemos
también que se estaba haciendo ilusiones con la chica de la mesa de enfrente, y
que se había despertado en él una pequeña esperanza de que podía todavía, si se
lo proponía, conseguir superar esos miedos, por pequeños e infundados que
fueran, para salir adelante, paso a paso de ese agujero de menosprecio personal
en el que se hallaba. Pensemos en la decepción que se llevó al ver que la chica
que lo miraba y despertaba después de mucho tiempo su interés por otras
personas y por él mismo, no hacía más que interpretar un papel, o jugar a un
juego, o simplemente nada, sólo estaba sentada en la mesa de enfrente en un bar
de su ciudad. Lo cual no suponía que tuviera que estar fijándose en él.
Imaginemos al chico llamándose a sí mismo estúpido, imbécil
e idiota, por haber creído que podía pasar algo así en estos tiempos y aún a
alguien como él, inocente, iluso e inmaduro, que se encontraba en las antípodas
de lo que era un conquistador. Imaginemos su amplia decepción y las ganas de
salir huyendo mientras, y porque no puede evitar ver cómo la pareja sigue
dándose muestras de amor, o lujuria, o lascivia, y cómo ella de vez en cuando
le lanza una mirada que él no sabe interpretar y que prefiere no hacerlo, pues
cree que siempre hace lecturas equivocadas de las miradas de las chicas. Siempre lo ha
hecho, por iluso, por inocente, por inmaduro, por idiota, por imbécil…
Imaginemos que decide irse, cabizbajo y que la pareja lo
hará minutos después. Imaginemos a esa misma pareja teniendo un encuentro
sexual salvaje en el salón de la casa que comparten, mientras nuestro amigo se
plantea seriamente la opción de tomar una cantidad suficiente de antidepresivos
para, aunque no morir, por lo menos pasar un tiempo en un estado de inconsciencia
que le permita no pensar en lo desastrosa que su vida se ha vuelto y, sobre
todo, para no pensar que por mucho que lo intente, ya no podrá remediar nada.
Muy melodramático... a lo mejor la chica te miraba con mirada de amistad sincera... No hay que ser tan Hemingway... Un abrazo y que se te quiten esas penas de la cabeza ;)
ResponderEliminarUn relato muy del rollo Palahniuk, mas melodramático, como dices, pero muy de ese rollo, te ha faltado llamar mequetrefe al protagonista para terminar de parecerse. Jajja
ResponderEliminarSiria... sólo es un relato, no te preocupes. Las miradas de todas formas... dicen tanto que fantasear un poco no es un gran problema.
ResponderEliminarlas penas... ya se irán, supongo.
Un beso :)
ersebeth... tú crees? Tal vez el trato un tanto despectivo para con el protagonista le de un toque Palahniuk, pero no lo creo tanto.
Gracias por la comparación de todas formas.
Abrazos!
Solo es un relato, pero seguro que muchos que lo leyeran hallarian correspondencia con sus vidas,para unos es divertido flirtear sentirse poderosos y deseados, como una fruta inalcanzable que luego se come otro, es una sensacion que colma nuestra vanidad; nunca pensamos que el objeto de nuestro juego sea alguien que padece paranoia e interpreta lo que no es, o que es alguien que idealiza demasiado el amor pues es demasiado inexperto en el, tampoco pensamos que pueda ser alguien deprimido y que nuestro picaro juego pueda ser un peso mas para hundir su moral. Una situacion muy comun y muy real Nalla. Me ha gustado tu forma de plantearla
ResponderEliminarLazaro... desde luego puede ser una situación muy común. Aunque creo que más comunes son esas sensaciones de abandono de uno mismo y de desorientación sentimental, en las que el individuo se pierde tanto que piensa que la única salida está en su reflejo en otras personas. cómo lo ven, cómo interactuan con él, cómo se relacionan o no lo hacen... es un tema bastante amplio sin duda. Por otro lado, quizá la paranoia que mencionas sea una consecuencia de esa falta de confianza y ese idealismo sin control del que a veces somos víctimas... me atrevería a decir que una buena parte de los seres humanos.
ResponderEliminarGracias por el comentario!
Saludos!