5 de septiembre de 2011

¿Sin remedio? (Un relato con algunos toques melodramáticos que no he podido evitar)


Imaginemos a dos personas sentadas en distintas mesas de un bar, o un restaurante. Imaginemos que una de ellas es chica y la otra un chico. Por su aspecto, podríamos decir que son de la misma generación; su edad no varía, al menos por la impresión que dan, en más de 5 años. Ella, con el pelo teñido de un color intermedio entre el rojo pasión y el naranja fuego, de estatura baja, no más de metro sesenta y tampoco más de cincuenta kilos. Una muchacha atractiva sin dudas. Él, un tipo también de baja estatura, moreno, sin afeitar y con la barba sin arreglar, despeinado, como si no buscara llamar la atención, a pesar de que se le podría considerar atractivo, pero llamándola por su estilo descuidado.
Por casualidad, o porque quizá uno de ellos, tal vez el último en sentarse, tomó la iniciativa, sus asientos están frente a frente y no pueden evitar cruzar miradas, mientras se esfuerzan por disimular las sonrisas. Ella las disimula menos; se nota que quiere llamar la atención del chico; él aparenta nerviosismo y no aguanta a mirarla a los ojos más de cinco segundos, pero tampoco está sin mirarla más de diez. A ella parece divertirle el nerviosismo del muchacho y continúa manteniendo el control de la situación. Él sigue bebiendo de su cerveza y mira alrededor, intentando, quizá, restarle importancia al hecho de que no se atreve a mirar a la chica y mucho menos acercarse a ella.
Imaginemos que ella sigue divirtiéndose, sin dejar de mirarle, hasta le sonríe; mientras él, con su mal disimulada timidez, no es capaz de dejar de pensar en las frases mágicas que debería decir si tuviera el valor de acercarse. Imaginémosle armándose de confianza, llenándose de automotivación, con la idea clara de que no debería dejar escapar una oportunidad así, dándose ánimos a sí mismo. Ninguno de ellos sabe prácticamente nada del otro, sólo que están frente a frente y se atraen. A simple vista puede parecer que los dos tienen algo que ganar… conocer a una persona que quizá les aporte tanto o más de lo que ellos puedan aportar. Pero imaginemos también que las cosas no son tan fáciles.
Sin apenas saber cómo, el chico ha tomado una decisión: Dará el último sorbo a su cerveza y se acercará a la mesa de la chica, sin tener muy claro lo que dirá, pero con la esperanza de que un “hola” rompa el hielo, y que, con ayuda de ella, puedan sacar adelante una primera conversación fructífera.
Imaginemos que antes de dar ese último trago, a la mesa donde está la chica, se acerca otro hombre. Éste es más alto que nuestro amigo, con un aspecto más cuidado, afeitado, bien peinado, con la ropa planchada y, sobre todo, con una confianza en sí mismo que le sale por los poros, tanto que hasta nuestro bajito y despeinado amigo es capaz de percibirla. La chica se pone en pie y le da un beso apasionado en la boca al recién llegado, éste se lo devuelve añadiendo además una palmada en su bien moldeado trasero. Nuestro amigo no es capaz de evitar sonrojarse. Ella, al apartarse de su pareja, se sienta y lo primero que hace es mirar a los ojos del otro, el tímido. Le ve sonrojado y vuelve a sonreír.
Imaginemos que esta chica lleva saliendo con el que acaba de llegar, por lo menos durante un par de años y que su relación aunque no podría definirse como perfecta, se sostiene sin demasiados problemas. Imaginemos que sólo se aburría esperando en el bar y por eso miraba al otro chico, para tener algo en lo que pensar hasta que llegara su pareja.
También podemos imaginar que se sentía bastante atraída por nuestro amigo y que no podía evitar mirarle. Incluso podemos imaginar que sólo intentaba seducirle y coquetear con él, para provocar más reacciones típicas de la timidez, como el sonrojarse y no aguantar la mirada, por pura diversión de mujer; o que simplemente no estaba mirando con ninguna intención más que con la que uno mira a otra persona, por el simple hecho de que esté sentada en la mesa de enfrente.
Por otro lado, imaginemos que el chico acaba de salir de una mala etapa de su vida. Imaginemos que tiene el autoestima por los suelos. Pensemos en lo duro que es para una persona infravalorarse a sí misma y no tener confianza en que pueda conseguir nada por su cuenta. Imaginemos que es un chico al que le hace falta darse cuenta del valor de su personalidad. Imaginemos también que se estaba haciendo ilusiones con la chica de la mesa de enfrente, y que se había despertado en él una pequeña esperanza de que podía todavía, si se lo proponía, conseguir superar esos miedos, por pequeños e infundados que fueran, para salir adelante, paso a paso de ese agujero de menosprecio personal en el que se hallaba. Pensemos en la decepción que se llevó al ver que la chica que lo miraba y despertaba después de mucho tiempo su interés por otras personas y por él mismo, no hacía más que interpretar un papel, o jugar a un juego, o simplemente nada, sólo estaba sentada en la mesa de enfrente en un bar de su ciudad. Lo cual no suponía que tuviera que estar fijándose en él.
Imaginemos al chico llamándose a sí mismo estúpido, imbécil e idiota, por haber creído que podía pasar algo así en estos tiempos y aún a alguien como él, inocente, iluso e inmaduro, que se encontraba en las antípodas de lo que era un conquistador. Imaginemos su amplia decepción y las ganas de salir huyendo mientras, y porque no puede evitar ver cómo la pareja sigue dándose muestras de amor, o lujuria, o lascivia, y cómo ella de vez en cuando le lanza una mirada que él no sabe interpretar y que prefiere no hacerlo, pues cree que siempre hace lecturas equivocadas  de las miradas de las chicas. Siempre lo ha hecho, por iluso, por inocente, por inmaduro, por idiota, por imbécil…
Imaginemos que decide irse, cabizbajo y que la pareja lo hará minutos después. Imaginemos a esa misma pareja teniendo un encuentro sexual salvaje en el salón de la casa que comparten, mientras nuestro amigo se plantea seriamente la opción de tomar una cantidad suficiente de antidepresivos para, aunque no morir, por lo menos pasar un tiempo en un estado de inconsciencia que le permita no pensar en lo desastrosa que su vida se ha vuelto y, sobre todo, para no pensar que por mucho que lo intente, ya no podrá remediar nada.

5 comentarios:

  1. Muy melodramático... a lo mejor la chica te miraba con mirada de amistad sincera... No hay que ser tan Hemingway... Un abrazo y que se te quiten esas penas de la cabeza ;)

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  2. Un relato muy del rollo Palahniuk, mas melodramático, como dices, pero muy de ese rollo, te ha faltado llamar mequetrefe al protagonista para terminar de parecerse. Jajja

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  3. Siria... sólo es un relato, no te preocupes. Las miradas de todas formas... dicen tanto que fantasear un poco no es un gran problema.
    las penas... ya se irán, supongo.
    Un beso :)

    ersebeth... tú crees? Tal vez el trato un tanto despectivo para con el protagonista le de un toque Palahniuk, pero no lo creo tanto.
    Gracias por la comparación de todas formas.
    Abrazos!

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  4. Solo es un relato, pero seguro que muchos que lo leyeran hallarian correspondencia con sus vidas,para unos es divertido flirtear sentirse poderosos y deseados, como una fruta inalcanzable que luego se come otro, es una sensacion que colma nuestra vanidad; nunca pensamos que el objeto de nuestro juego sea alguien que padece paranoia e interpreta lo que no es, o que es alguien que idealiza demasiado el amor pues es demasiado inexperto en el, tampoco pensamos que pueda ser alguien deprimido y que nuestro picaro juego pueda ser un peso mas para hundir su moral. Una situacion muy comun y muy real Nalla. Me ha gustado tu forma de plantearla

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  5. Lazaro... desde luego puede ser una situación muy común. Aunque creo que más comunes son esas sensaciones de abandono de uno mismo y de desorientación sentimental, en las que el individuo se pierde tanto que piensa que la única salida está en su reflejo en otras personas. cómo lo ven, cómo interactuan con él, cómo se relacionan o no lo hacen... es un tema bastante amplio sin duda. Por otro lado, quizá la paranoia que mencionas sea una consecuencia de esa falta de confianza y ese idealismo sin control del que a veces somos víctimas... me atrevería a decir que una buena parte de los seres humanos.
    Gracias por el comentario!
    Saludos!

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