Después de mucho tiempo he vuelto a verte. Me había
prometido aunque sin mucho convencimiento, no volver, alejarme y olvidarme de
lo pasado. Cada última vez contigo se
vuelve la única, tienes ese poder. Lo vuelves todo presente. Todo lo vivido y
sentido con anterioridad, se transformaba en el instante justo en el que abres
tu mundo a perdidos como yo.
Había prometido no volver a buscarte y, sin embargo, casi al
primer impulso de la necesidad de sentirte, salí a tu encuentro. Disimulé, como
mejor pude, yendo a la biblioteca, ojeando algunos ejemplares y hojeando otros.
Incluso conversando con esa bibliotecaria que parece una rebelde de última
generación que critica las injusticias, pero sólo piensa en su sueldo y su
puesto de trabajo. Para variar, apenas cruzamos palabras de cortesía.
Unamuno y Foster Wallace, fueron los dos extremos literarios
que acabaron en mis manos y en mi mochila. Extremos que, quizá, a pesar de
todo, no llegues ni a imaginar que son el ambiente por donde me muevo: Las
letras, las hojas, los libros. Lo único que me hace poder salir de este mundo interior,
tan férreo, tan perro, pero, aun así no tanto como el de ahí fuera.
¿Llegarías a entenderme? Realmente no importa, no importó
antes y tampoco importaba mientras me hacías pasar y me pedías que me acomodara.
Por tu sonrisa adiviné que te alegrabas de verme, aunque no podía dejar de pensar
e imaginar que era sólo parte de la misma cortesía a la que nos acostumbra el
trato impersonal y distante con algunos conocidos. Pero ahí estaba yo, con la
cabeza apoyada en el respaldo del cómodo sillón, tratando de no pensar más y, a
pesar de ello, pensando en lo que había pasado y lo que podría pasar. Te
hiciste esperar. Sabías que la impaciencia me corroe; sabes que estuve a punto
de levantarme y salir sin que apenas te dieras cuenta. Pero no lo hice. Yo
también sabía, y sé, que querías esa espera, la necesitabas. Quizá yo también.
Volviste. Sonriente. Despreocupada. Hablamos sin apenas decir
nada. La estúpida cortesía y mi inseparable timidez. Hoy las odio más que
nunca. No quisiste perder más tiempo. Sabías a lo que había ido. Ninguno lo
habríamos reconocido, pero por más excusas y retórica que inventáramos,
sabíamos el verdadero motivo.
¿Cómo describir un encuentro así? Cada caricia, cada
suspiro, cada inhalación y expiración que roza la piel del otro. Cada uno de
tus dedos perdiéndose entre mi pelo, cada comentario dedicado a buscar el
camino adecuado para complacer, cada exploración tan profunda de tu mirada, sin
siquiera vernos a los ojos. Cada centímetro de nuestra piel compartida, cada
limpieza del ardor de ayer, de la nostalgia por lo que cuesta tanto tener: el
valor, la pasión, el amor. Cada parte de mí que caía al suelo, como los
desperdicios de una vida que se quiere olvidar. Éramos, ambos, la búsqueda de
todo eso, aunque sólo llegáramos a encontrar un sucedáneo, una copia inexacta
pero complaciente. Cuando los sentimientos no se sacian, el placer mitiga la
desazón.
Todo daba vueltas. Me levantabas, me hacías moverme hacia un
estado superior al anterior, a una comodidad espiritual que pocas veces se
pueden saborear. Me rodeabas, tu mirada se iba haciendo presente en la mía,
lentamente. Apenas sabíamos a dónde nos dirigíamos, no podíamos pensar en ello,
sólo nos dejábamos llevar, seguros de que al llegar lo sabríamos y acabaríamos
complacidos, exhaustos, saciados. Porque, a pesar de las dudas y la falta de
palabras sinceras, sabíamos que era eso lo único que buscábamos. Complacer
nuestros deseos, quizá más los míos. En situaciones como ésa es difícil no ser
egoísta, pero no te importa, nunca te importó. Tu libertad se basa en eso.
Más tarde pensaría, y quizá tú también, en todas las otras
cabelleras y pieles que habrás tocado, y tocarías, con la misma suavidad y
elegancia que a mí. A muchos, y muchas otras, habrías complacido de la misma
manera, elevando sus súplicas a plegarias y convirtiendo la placidez en un
manjar celestial, una delicatesen para los sentidos y el autoestima. Un lavado
de imagen, un cambio de apariencia, literal.
Nos regalas la sensación y la certeza de convertirnos en
otros, y eso no tiene precio.
En realidad lo tiene. Un precio que no puedes dejar de
cobrar, para qué negarlo. Pero puedo asegurar que ha valido la pena. La
transformación ha sido satisfactoria y memorable.
Dices “ya estás, he acabado”. Y yo me levanto para
descubrirme en un espejo. Soy el mismo de antes, pero soy otro distinto. Me
encuentro a gusto, hasta ese punto me has cambiado.
Pago y me despido.
Ya en la calle llego a la conclusión de que era una tontería
pensar en cambiar de peluquería, en ésta siempre me han tratado bien y siempre
hacen bien su trabajo. Siempre haces bien tu trabajo.
A todas las peluqueras, porque la mayoría desbordan , aunque sea por gajes de su oficio, una simpatía atrapante. En especial a la que me atendió este jueves, aunque nunca sabrá que me ha inspirado el relato, para bien o para mal.
Increíble relato, me encanta la forma en que se transforma en poético un gesto tan simple como ir a cortarse el cabello. Besos
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarHe intentado transmitir una visión "poética" sobre un acto común... quizá porque mi vida no tenga apenas emociones fuertes tengo que sacarle partido a anécdotas como ésta.
Besos ;)
Anda, que yo me fui pero muy lejos con este relato jeje. Ni idea del tremendo final, me sorprendió gratamente (aunque, morbo aparte, esperaba un estallido pasional de cuerpos). ¡Qué manera de escribir, Allan! Has logrado -en mi caso- jugar con la mente del lector. De un encuentro abrasador y erótico que me pareció al principió se develó un hecho tan común como es cortarse el cabello. Muy original y con muchas expresiones logradísimas que me encantaron, como estas:
ResponderEliminar"Las letras, las hojas, los libros. Lo único que me hace poder salir de este mundo interior, tan férreo, tan perro, pero, aun así no tanto como el de ahí fuera."
"Cada parte de mí que caía al suelo, como los desperdicios de una vida que se quiere olvidar."
Ahora me debes uno erótico. Se que te saldría maravillosamente =)
Un gran abrazo, paisanito.
Me encanta, aunque ya sabes que no es nada nuevo, siempre he sido una gran fan de tu prosa. Y me alegra saber que no soy una enferma y que alguien mas leyó un relato erótico enredado, como sus manos en tu pelo.
ResponderEliminarA mi me pasaba esto con las camareras, pero a la larga me di cuenta de que su simpatia era en la mayoria de los casos algo profesional. De todas formas es hermoso imaginar que alguien te atiende y te cuida un poco, aunque el sueño se evapore al mismo tiempo que una copa o un poco de colonia.Las camareras y las peluqueras (tambien sus homologos masculinos) son a veces amores platonicos y tambien terapeutas circunstanciales de los solitarios.Saludos Nalla.
ResponderEliminarLiz jaja... me alegro que te haya transportado muy lejos... esa era mi intención con el juego de "erotismo" metafórico que he intentado plasmar en el relato. En principio iba a ser un relato más bien sensual, pero me dio por dar ese giro al final y agregarle un toque absurdo y un tanto humorístico... no pude evitarlo.
ResponderEliminarComo no suelo cumplir mis promesas (lo sé, no dice nada a mi favor) no prometo escribir uno erótico 100%, pero lo intentaré ;)
Un beso y gracias por las visitas, paisana :)
ersebeth... sí... lo sé... y lo agradezco ;)
no hay que estar enfermo para imaginar sensualidad y erotismo en el relato, era lo que buscaba... aunque quizá siendo como eres te decepcione un poco la aclaración jaja
Lazaro... sí... esos amores platónicos nos dan muchas alegrías... y quizás más tristezas a los solitarios, pero también enriquecen nuestro mundo imaginativo, para construir historias que acaban pareciendo reales... de una sinceridad casi patológica
Un saludo y gracias por los comentarios!