Me pasaba horas sentado, pensando en frases y párrafos del libro que tenía en mente pero que nunca salía de allí. Observando a la gente pasar. Todos esos que no tenían que aguantar las torturas que suponían para mí las horas en los trabajos por los que me movía; ellos eran los clientes y yo el que tenía que ser amable, servirles y atenderles como si realmente tuviera ganas de hacerlo.
Muchas veces lo conseguía; me comportaba como un empleado modelo, desbordando simpatía; otras en cambio era capaz de callar y echar a los clientes del local con uno de mis arrebatos de rabia inmadura; como un adolescente que se cree rebelde por insultar y comportarse como un maleducado ante los demás. A veces creo que nunca fui otra cosa que un inmaduro que no superó esa etapa de su vida.
Muchas veces lo conseguía; me comportaba como un empleado modelo, desbordando simpatía; otras en cambio era capaz de callar y echar a los clientes del local con uno de mis arrebatos de rabia inmadura; como un adolescente que se cree rebelde por insultar y comportarse como un maleducado ante los demás. A veces creo que nunca fui otra cosa que un inmaduro que no superó esa etapa de su vida.
Iba a encerrarme, siempre que podía, durante unos minutos al almacén de productos de las empresas, o los vestuarios, que generalmente eran el mismo espacio. Agarraba una libreta y un bolígrafo; armaba un canuto de hachís y empezaba a dejar que la tinta y las palabras fluyeran. Pocas veces salía algo que se pudiera considerar decente para mi gran proyecto literario, pero los intentos casi siempre resultaban divertidos.
Estos eran realmente momentos magníficos.
Estos eran realmente momentos magníficos.
Me gusta el olor del almacén.
ResponderEliminar¿Será que yo también sufro el síndrome de la post-adolescencia?
No sé.