Cantarle al sol estrofas refrescantes
-aderezadas con fragancias de eucalípto-;
rodar sobre la hierba encharcada
por el paso de la vida derramada;
correr detrás y delante de bestias domésticas,
torpes y pacientes, que tal vez nos provean
la fuerza y la humildad de sabernos
vivos, necesarios y dependientes.
Los niños no odian,
solo hay maestros que no supieron
aprender. El niño observa
distorsiona, remeda, juega, vive, es.
Un niño olvida y recuerda poco.
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