Volvió a su habitación después de dejar la bañera a medio llenar, al final con agua templada, porque Mario no parecía reaccionar con el agua fría y al menos así no cogería una pulmonía. Empezó a liar un porro de marihuana para no pensar en el asco que se daba a sí misma por aguantar a Mario; por aguantarle y cuidarle; por cuidarle y quererle. Mientras fumaba, empezó a rondarle la idea de abandonarlo. Sabía que acabaría odiándolo, de eso estaba segura, además, no faltaba mucho para que pasase. O lo abandonaba ahora que aún le tenía cariño, por lo menos para desear que le fuese bien cada vez que lo recordase, o aguantaba más, y esperaba a su lado hasta llegar a odiarle para marcharse resentida, más con ella por estúpida que con él por no haber sido lo que ella imaginó que sería.
Siguió fumando; empezaba a relajarse. Su habitación se estaba llenando de humo, dejo el canuto en el cenicero de la mesita de noche,y cogió un libro, necesitaba distraerse hasta quedarse dormida.
La lectura no ayudaba, se tumbó completamente en la cama, sin almohada, cogió el canuto y siguió fumando. Estaba harta, nada había ido como ella esperaba; ni su trabajo, cuidando niños moribundos por cáncer en un hospital, le daba las satisfacciones morales que buscaba; ni el supuesto amor que sentía por Mario, y que él debería sentir por ella, la satisfacía emocionalmente y, desde hace semanas, ni siquiera sexualmente.
Recordó parte de un texto que había leído en algún sitio hace tiempo: “La vida decepciona, la gente decepciona… no esperes nada de ellas, actúa por ti, al fin y al cabo, si te defraudas tienes todo el derecho de reprochártelo; a la vida y a la gente, no”. Nada importaba en ese momento y pocas veces había habido cosas relevantes de un modo individualista, tal vez egoísta, para ella, a lo largo de su vida; nunca había podido dejarse llevar ni por sus emociones, ni por sus sentimientos, ni siquiera por sus anhelos… quizá el momento había llegado. Pero ¿cómo saberlo?
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