Un intelectual. De esos que parecen no cansarse de estar callados y amargados. A los que nadie sabe nunca cómo tratar, pues su seriedad enigmática, de gracia compleja y rebuscada, les hace parecer pensativos y lejanos.
Pero tiene otra cara; en el extremo opuesto de su silencio, donde el equilibrio se encuentra a sí mismo, donde la alegría se dibuja en las arrugas de su cara; cuando se siente el intelectual parte de su entorno, pues el caos del cosmos (de su cosmos espiritual), le concede algunos momentos de dicha; cuando sonríe, y toda su existencia parece cobrar sentido.
Todo resumido, comprimido, incrustado en la mueca de una sonrisa, sincera y no menos enigmática que su rostro apático en la seriedad. Sonrisa que embruja y atrapa, que seduce y que intriga, se contagia y asusta, se clava y pervierte. Que sólo se muestra un instante para que el intelectual, lleno de remordimientos, vuelva a su guarida, al refugio de sus pesares, al rincón secreto de sus obsesiones. A pensar que la esperanza cobra vida propia, y un significado crucial, en los días en que traspasa la frontera de su exilio y se contagia de alegrías. A creer que lo mejor sería apagar la esperanza y perderla de nuevo sólo hasta que vuelva a resucitar por sí misma.
No sé quién es ni dónde está, pero me pone el intelectual.
ResponderEliminarDe momento yo también sólo sé eso sobre él; tal vez con el tiempo descubra más cosas. Gracias por pasarte por aquí, Asolada. Un saludo.
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