Recuerdo a un niño pequeño, esperando a escondidas a que uno de sus tíos vaya a bañarse para poder entrar en su cuarto a robarle algo de dinero. Le recuerdo entrar sigilosamente, coger los pantalones, registrar los bolsillos, encontrar la cartera, registrarla hasta encontrar los billetes y quedarse con uno, siempre de los más altos. Le recuerdo también saliendo a toda prisa del cuarto y no volver a pisar la casa de su tío en varios días, aunque algunas veces tenía que meterse corriendo debajo de la cama porque escuchaba voces que venían hacia él. Así, sin querer, acabó conociendo muchas cosas sobre su tío, como que su potencia sexual la mayoría de veces brillaba por su ausencia y que por eso tenía que mantener a sus amantes contentas con regalos y dinero; también supo cómo se sentía culpable por la muerte de su padre, que murió de diabetes por una negligencia en el hospital al que le llevaron, al que le llevó él, por ser el más barato.
Recuerdo al niño aprender a reflexionar sobre lo poco que vale la pena hacerse viejo. También le recuerdo aburriéndose hasta dormirse mientras escucha las conversaciones por teléfono de su tío con mujeres, familiares o por asuntos de trabajo: El precio del café seguía en un sube y baja de risa al que todo el mundo parecía acostumbrado, supongo que eso hacía que no se aburrieran de dedicarle tanto tiempo a un negocio como el cultivo y la distribución del café , también cuenta que era el negocio familiar,; algunas primas se casaban, otros se graduaban del bachillerato y estaban eligiendo una carrera universitaria, aun sabiendo que todos acabarían siendo ingenieros forestales, la carrera por tradición en la familia.
Recuerdo también la inocente torpeza del niño que, como el criminal que tiene que cumplir el tópico de volver siempre a la escena del crimen, una vez volvió a la casa con un colgante de oro que había robado del cajón de la mesa de noche de su tío y, sin tener el más mínimo cuidado de esconder el eslabón perdido de los regalos hechos por su tío a sus mujeres, se paseó con él por toda la casa. El tío pasando delante del niño, por casualidad, se topa con un destello brillante reflejo de un día soleado y tranquilo, y lo reconoce enseguida: dos manos doradas sujetando un corazón, colgando de una cadena de eslabones, todo dorado y brillante.
La imagen fue reveladora y las excusas innecesarias. El niño en un último intento de encontrar una salida, inventa una historia sobre que no es suya sino de un amigo que se la ha prestado para enseñársela a una chica que le gusta. Sin apenas darse cuenta le está dando datos reales sobre un amigo a su tío que, sin acabar de escucharle, sale corriendo hacia su moto y se dirige a la casa del amigo, habiendo previamente amenazado al sobrino para que no se mueva de allí hasta que vuela. El niño es demasiado pequeño y está demasiado asustado como para desobedecer. Aunque en el fondo no se siente culpable, aun sabiendo el castigo que va a conllevar lo que ha hecho. No se siente culpable ni cuando en lugar de a su tío ve aparecer a su hermano mayor, que viene con una mirada inexpresiva y sólo se acerca para decir “A, dice mama que vayàs a la casa”. En ese momento están acompañados de algunos primos, a los que no recuerdo. A avanza hacia su casa, pensando, adivinando el castigo que le impondrá su madre. Tiene tiempo de imaginar varios, aunque acaba decantándose por unos azotes con el cinturón de cuero de su padre; algo que su madre y él saben de sobra que servirá como escarmiento, al menos durante un tiempo.
Un mes casi exacto tardaron las marcas de los azotes en borrarse de la piel de sus piernas. Sus hermanos estuvieron sin hablarle sólo unos días, su madre tardó más de lo que tardaron las marcas en borrarse. Creo recordar que nunca más volvió a robarle nada a nadie en su familia.
Allan, eres un buen narrador.
ResponderEliminarBonito relato en el que haces una entrañable evocación de sentimientos y sensaciones.
Describes muy bien la lucidez de la perspectiva de la edad y la experiencia, con palabras precisas e imágenes serenas y tranquilas de los recuerdos. Un abrazo.
Gracias, Mondina, me alegra que te guste. Hace poco leí a Vargas Llosa que decía que el requisito imprescindible para escribir es hablar de, y desde, la propia experiencia. A pesar de que no comparto muchas de sus ideas, me parece un consejo acertado. Ya que tenemos esta curiosidad, que es casi una necesidad de comunicarnos, tenemos que aprovecharla hasta que el cuerpo aguante. Un abrazo!
ResponderEliminarBuen relato, me recordó que hace un par de años tuve que azotar a mi hijo mayor en ese entonces 7 años, lo pillé con un billete de a Q.100.00 que había sacado de la platera, que era parte del gasto!!! y quien no se robó más de algo cuando niño... saludos,
ResponderEliminarDicen que un par de azotes a tiempo te pueden ahorrar desgracias mayores cuando creces, pero aun así no diré que estoy de acuerdo con pegar a los hijos para educarlos. Quizás cuando tenga los míos entenderé más sobre el tema.
ResponderEliminarTodos hemos hecho cosas distintas de pequeños, sin duda, lo importante es crecer y aprender con cada paso que se da.
Un abrazo, paisano.