A nadie, o tal vez... a mí.
A veces el aprendiz de poeta que llevo dentro, sale
Y, como es alma-espíritu-sueño, flota sobre mi cuerpo,
Me mira, se ríe, se pasea por la buhardilla, e inspecciona
El lugar donde lo obligo a morir, aunque al final
Solo intenta estar cerca del calor artificial
Del radiador eléctrico, porque no hay más calor por aquí.
La última vez que sudé fue de nervios por tener que leer
En público los poemas que él me dictó y no soy capaz
De recordar cuándo fue la última vez que tuve calor sincero,
En invierno, sin ponerme melancólico y patéticamente triste.
Se acomoda entre el techo desnivelado y el radiador,
Me mira de nuevo, riendo, y con muecas indescifrables, dice:
¿Quiénes somos, pequeño?
¿Qué somos realmente, hermano? ¿Por qué sufrimos tanto
Cada vez que hemos gozado?
Acabamos riendo y llorando los dos, frente a un espejo,
Pues sabemos que nadie nos escuchará.
¿Será más barata la felicidad que un polvo por dinero?
¿Será más placentera una conversación con una mujer,
Cuando no hay tensión sexual de por medio, que masturbarse
Pensando en alguna lolita disfrazada?
No sé quién es el que perdió la razón de los dos y lanza
Todas las preguntas estúpidas.
ese aprendiz, que llevamos dentro ese desconocido, que aparece cuando quiere poeta, sabe del calor en pleno invierno, del llanto contra el espejo que disfraza tu soledad, de silencio. Èse es su tiempo. Un beso
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